En la esquina de Chicago y Nebraska, dentro de una tiendita de abarrotes que parece cualquier otra, se esconden unas de las tortas más queridas (y más pesadas) de la CDMX: Las Tortas Suiza, o como muchos las conocen, las de Nebraska. No hay mesas elegantes ni menús bonitos, pero sí hay algo que no falla: tortas grandes, bien rellenas y con queso que se derrite y desborda. Son el tipo de torta que no se olvida fácilmente. Lo primero que hay que saber: estas tortas son gigantes. Especialmente si pides la versión "especial", que puede fácilmente alimentar a dos personas. El pan es firme, el queso Oaxaca viene en cantidades absurdas (en el mejor sentido) y el relleno no escatima. No es solo la cantidad lo que llama la atención, sino el balance de sabor. El pan doradito en el comal, el queso bien fundido y los ingredientes calientes hacen que, pese al tamaño, te la acabes con gusto… o al menos lo intentes. El lugar es tan modesto como auténtico. Hay barra y algunos bancos para comer rápido, pero no es un sitio para quedarse mucho rato. En horas pico (sobre todo a la hora de la comida), puede haber fila, pero se mueve relativamente rápido. Muchos clientes son asiduos del barrio o vienen desde otras colonias solo por probar “la famosa torta de queso”. Y no es para menos: el lugar ha ganado su reputación de boca en boca, sin necesidad de marketing. Las Tortas Suiza (Nebraska) son un destino obligado si eres fan de las tortas en su forma más extrema: grandes, caldosas, llenas de sabor y sin complejos. No es comida ligera, ni elegante, pero sí es de esas que te deja feliz, satisfecho y probablemente con antojo de volver. Una joya escondida (a voces) de la Nápoles que vale totalmente la pena descubrir.